“Entonces, mi pueblo era pues un pueblo, no sé, un pueblo ajeno dentro del Perú”[1]
HATUN WILLAKUY. Cuántos de nosotros estamos familiarizados con esas palabras. Cuántos de nosotros sabemos lo que significa. Yo hasta hace muy poco, no tenía la menor idea. Gracias a un buen amigo que trabajó para la Comisión de la Verdad y Reconciliación (CVR) hoy soy un poco menos ignorante.
HATUN WILLAKUY, El Gran Relato en Quechua, es la Versión Abreviada del Informe Final de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. Una versión abreviada que consta de más de 472 páginas. Un informe claro y meticuloso de esa etapa tan desgarradora que vivió el Perú durante más de 25 años.
Si bien es cierto que goza de algunos detractores, el Informe Final no deja de ser un documento de incalculable valor. Independientemente de la cifra exacta que recoge sobre asesinados y desaparecidos (69 mil personas), sobre la responsabilidad de la Fuerzas Armadas o del autodenominado PCP-Sendero Luminoso como responsables de las muertes y desapariciones forzadas, la información no carece desde mi punto de vista de credibilidad.
“Esos son los peruanos que faltan en nuestro país, los más invisibles, pero no menos reales: los Quispe, Huamán, Mamani, Taype, Yupanqui, Condori, Tintimari, Metzoquiari. A pesar de ser y sentirse demasiadas veces ajenos y excluidos por el resto de peruanos, ellos reclaman ser considerados con respeto y justicia:
Señores chaymi ñuqa munani kachun respeto, kachunyá manchakuy, masque imayrikulla kaptiykupas, wakcha pobri kaptiykupas, campesino totalmente ñuqañaykuchu kaniku, huk real llapas killapi ganaq, mana ni pipas kanikuchu.
Señores, chayta ya justiciyata mañakuykiku. [Señores, por eso yo quiero que haya respeto.Que haya pues temor de Dios, aunque solo seamos muy humildes. Aunque seamos huérfanos y pobres. Campesino puro podemos ser; que ganamos solo un real por mes y, aunque no seamos nadie, señores, ésta es la justicia que le pedimos].”[2]
Que Ayacucho, Junín, Huánuco y Huancavelica, sean los cuatro departamentos más golpeados por el terrorismo, no es una casualidad. Por que ahí donde se siembra miseria se siembra terror. Porque ahí donde no existe la dignidad ni el respeto, donde se sobrevive simplemente, donde la lucha por la supervivencia es el día a día, es ahí donde las semillas del terror rinden sus mejores frutos. El 85% de las victimas reportadas a la CVR se encuentran en los 6 departamentos más pobre del país. Porque la miseria también es terror.
Yo tengo 26 años, y esta escalofriante realidad empezó más o menos, el año que yo nací: 1980. Sin embargo tengo recuerdos frescos de explosiones en torres de luz, de apagones constantes, de ventanas cubiertas de celo, de coches bomba, de toques de queda, de miedo. Nunca viví el terrorismo en primera persona, nunca sufrí ni directa ni indirectamente la sangre; pero si recuerdo a Maria Elena Moyano, si recuerdo notas de prensa sobre el desconocido en ese entonces Ayacucho. Si recuerdo San Marcos dañado, recuerdo a un tal presidente gonzalo (me reservo las mayúsculas), si recuerdo Sorba el Griego, si recuerdo 1992.
Pero temo señores, no recordar. Temo que con el paso del tiempo, esos largos años de tristeza y dolor que vivió el Perú, queden en un recuerdo empolvado y lejano. Temo que el Perú olvide al Perú.
Es cierto que la tendencia natural del ser humano pasa por no querer recordar el dolor, por la negación del miedo y la desesperanza. Pero más cierto aún, es que esos casi 70 mil peruanos, no merecen ser olvidados. Ayacucho, Junín, Huancavelica, no puede olvidar esos 25 años, Villa el Salvador no puede olvidar a la Sra. Moyano, la mejorada Lima de hoy, no puede olvidar Tarata.
Está en cada uno de nosotros, voltear la mirada de cuando en vez, para recordar lo que este país sufrió. Esta en cada uno de nosotros el hacer una lectura y una reflexión profunda de las causas, las razones, los motivos, los medios, que nos llevaron a esto.
Porque tenemos que aprender de los errores, porque existen aún en muchos lugares del mundo, tantos Senderos Luminosos (si el pobre Mariategui supiera) a causa de la explotación, de la miseria y del hambre.
No se trata de vivir cargando una cruz, se trata de recordar que existe una cruz.
Es respeto lo que piden, es un poco dignidad, es un deseo férreo de sentirse peruanos, queridos y considerados en cualquier parte de este extenso territorio. Porque los pobres de este país, viven aún las consecuencias de esta masacre. Porque un altísimo porcentaje de peruanos sigue viviendo un terror de distinta naturaleza. El terror de ver a sus hijos viviendo en zonas apartadas, sin agua ni luz, sin una comida garantizada, sin la más mínima educación; el terror de ver en sus ojos una profunda, una infinita tristeza; y me vienen a la mente unos versos de Cesar Vallejo: “Fue domingo en las claras orejas de mi burro, de mi burro peruano del Perú. Perdonen la tristeza”. Me pregunto que hubiera escrito el Maestro Vallejo, con esa profundidad y ese dolor tan desgarrador, si hubiera vivido esos años de terror.
Creo que hoy es innegable que este sistema no va a soportar mucho más. Las ultimas presidenciales lo han demostrado. Han demostrado un país dividido, fragmentado no solo en razas e ideas, sino también en corazones. Porque asi como un mundo donde el 80% de los recursos esta en manos del 20% de la población, un Perú rajado por las desigualdades no va a soportar. Porque urge desde las entrañas conciencia, solidaridad y respeto. Porque es cierto, como se viene diciendo, que hace falta y hay que crear un nuevo contrato social, un contrato social más justo, que ahora, nosotros firmemos.
HATUN WILLAKUY, es un documento que todos deberíamos leer, es un documento que debería estar en la biblioteca de todos los colegios y universidades, es un documento que nadie puede ni debe ignorar. Porque ignorarlo, seria ignorar al Perú de los ochentas y noventas, seria ignorar a 69 mil peruanos muertos y desaparecidos, cientos de familias fragmentadas por la sangre, a pueblos enteros marginados y olvidados.
Yo no lo voy a olvidar… yo no los voy a olvidar.
“En un país como el nuestro, combatir el olvido es una forma de hacer justicia”.[3]
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