No sé exactamente por qué, pero estoy viendo el vaso medio vacío.
Quizá sea por el clima social que se está viviendo en el interior del país, quizá por la inestabilidad que muestra el Consejo de Ministros, o porque la indigencia a la que me tiene acostumbrado Lima, no muestra signos de cambiar.
Veía en el diario hace unos días una caricatura muy particular. A Jorge del Castillo repartiendo papeles donde se reflejaban los logros de la macroeconomía para contentar a la población que no era participe de ellos.
Me llamó mucho la atención porque reflejaba muy bien lo que viene pasando hace algunos años. Que la gran mayoría de este país sigue sumido en la misma miseria.
Y me viene a la mente la misma duda entre capitalismo y socialismo –si es que aún son aplicables los términos-, entre generación de riqueza y distribución de la misma, entre chorreo y sequía. Si hago un esfuerzo supremo y le doy crédito al sistema liberal en la economía, me pregunto validamente, cuando se verán reflejados los efectos de los índices macroeconómicos, en la población, en ese 47% o 50% de la población que vive bajo el umbral de la pobreza. Y no es que sea impaciente, y que no me dé cuenta que un país como este, flagelado por las diferencias económicas y sociales desde siempre, va a cambiar en uno o dos gobiernos. Es bastante obvio que no, sin embargo, temo por esos fondos. Cuando el capitán de la nave es un antiguo prófugo de la justicia, hoy presidente, creo que mi temor tiene un fundamento. No puedo negar mi incredulidad frente al presente gobierno, frente a la cúpula aprista, como amos y señores de las esferas de poder. Desgraciada ausencia de una oposición, mínima y respetable.
Pero, independientemente de nuestros gobernantes, me centro en el sistema.
Soy un confeso creyente en la prioridad de la distribución frente la generación de la riqueza. En la necesidad de forjar las bases, sentar los cimientos, educar.
Cuando pienso en que gran parte de nuestra prosperidad actual se basa en materias primas no renovables, en coyunturas económicas internacionales, como el precio de los minerales, etc, es que temo por el futuro, porque recuerdo el guano de las islas, y el caucho y tantas otras prosperidades falaces.
Por eso esta vez tiene que ser distinto. Esta vez, tenemos que sembrar. La minería tiene un fin, tarde o temprano. Y si no mejoramos la infraestructura del pais, sino descentralizamos, potenciamos el agro, educamos y culturizamos, no me cabe la menor duda que volveremos a lo mismo. Y mucho de ello pasa por nuestras manos. Creo firmemente en la necesidad de una fiscalización y un control de las directrices del gobierno, por parte de nosotros, los ciudadanos, los contribuyentes. Participación ciudadana no es un logo publicitario más, es una realidad que tenemos que hacer nuestra.
Esto es como el precio del pan en el primer gobierno de García. Un día te levantas creyendo que todo esta cambiando y, al siguiente Elsa Canchaya lo derrumba todo.
Desgraciada inflación de corrupción.
Y si yo que estoy sentado frente a una computadora estoy harto, no puedo imaginar como están lo pobladores de 12 de Agosto-Garagay, en el Rimac, tras veinte años de abandono en la más inhumana miseria. Y es que García estuvo ahí, y prometió el cambio, cambio que nunca llegó. Y como ellos, miles, millones de peruanos que increíblemente siguen viviendo en la misma situación, generación tras generación.
Es tan difícil creer, sin embargo, aunque vea el vaso medio vació, sigo viéndolo, y espero no volver a verlo destrozado en pedazos.
Vamos a tener un poco de fe.