No suenan más los cañones en esta frontera
Ni destellan los fuegos maternos de la inocencia
Ha pasado un demonio alado llevándose
Al desierto
Las marcas de mi pecho ensangrentado
Y ahí se ha marcado la cruz de fuego erguida
En un puñado
De oscuras pieles de nigérrimos abrazos
Y ni un solo disparo más que llene de pólvora
La cabeza cercenada del enfermo letal
