En busca del Sahara olvidado


Esta entrada es bastante antigua en realidad y esta siendo parte de una importante modificación, pero para aquellos quienes aún no la leyeron se las dejo un tiempo mientras trabajo en la reforma.

H.

Desierto del Sahara, Marruecos.

El trayecto empezaba un veintidós de marzo a las tres de la mañana. Primer bus de Salamanca con destino a Algeciras: extremo sur en el que tendría que tomar el ferry para cruzar el estrecho y desembarcar inicialmente en Ceuta. Llegué a las dos de la tarde a Algeciras y el ferry salió una hora más tarde. Ceuta es una ciudad en el norte de África que pertenece políticamente al Reino de España. Por lo demás me es difícil descifrar si se trata de aires árabes, europeos o globalizados. El hecho es que por veinte euros tomé el primer ferry disponible. La ansiedad por pisar África me comía por dentro.  Cuando estás en popa y ves el continente europeo desaparecer y en minutos divisas tierra nuevamente, sabiendo que ésta pertenece a África, es que te das cuenta de dónde estás, aunque no sea suficiente.

Llegué a Ceuta y me di cuenta de lo importante que hubiera sido llevar una guía de viaje. Cuando salí del puerto, no tenía una ligera idea de que hacer, así que opté por sentarme en una banca, fumar un ducado, pensar en qué hacer y sin moverme mucho darle un descanso a mi espalda. Por más que lo intentes, la mochila siempre pesa más de lo que necesitas. Así las cosas decidí empezar a caminar guiado por el instinto sureño y preguntar en el camino. Aún el español me servía para algo. Caminé sin sentido por largas horas hasta que sentí que alguien me gritaba horriblemente. Eran mis piernas. Decidí quedarme una noche allí, ya que al odio de mi cuerpo se amotinó mi nariz con una gripe titánica. Después de horas de buscar alojamiento y andar medio grogi atiborrado de antibióticos, y no encontrar nada que se asemeje a mis queridos hostales peruanos, decidí seguir adelante con la ruta imprecisa. Paré un taxi para que me llevara a la frontera. Me di con la primera sorpresa de que hay que cruzarla caminando, ya no se permite más hacerlo en taxi. Fue mi primera sensación de nervios e inseguridad…acojonamiento a decir verdad. Cruzar la frontera de territorio español al marroquí, es tan jodido como ser pacifista de Hamas. Como comprenderán, los controles, el gentío, el desorden, una locura.

Estuve horas en una ventanilla junto a muchos otros viajeros incautos esperando por el sello de ingreso. Leí, mire, pensé, bostecé, volví a leer, volví a bostezar. Cuando obtuve finalmente el desgraciado sello migratorio la noche ya me abrazaba sin piedad. Intenté que eso no pasara ya que no conocía las artes amatorias de las noches marroquíes. Así, abroche fuerte mi mochila y empecé a caminar con la vista perdida. Al salir de aduanas, encuentras cientos de taxis que rabian unos con otros por tu dinero. Cuando me disponía a preguntar por uno, una chica con pelo corto y andar catalán se me acerca y me pregunta:

Dónde vas?

A Tetouán, le digo.

Entonces me cuenta que ella y sus amigos piensan ir a Chefxouan. Como uno u otro eran pisco y nazca para mí,  asentí sin convencimiento con la cabeza y la seguí. Partimos en taxi compartido, un brasilero, cinco catalanas, un catalán y yo. La primera ciudad fue Chefxoaun, un pequeño pueblo del norte, muy típico, que exagera en cuanto a comodidad para el turista y comercios abundantes para el clásico alemán adinerado. Pero estuvo bien para empezar. Después de dos noches allí, mis improvisados amigos y yo partimos rumbo a Fez. Una ciudad más al sur que tiene mayor población y movimiento. Tiene ya vida propia. Los Soukos (mercadillos), son preciosos, la cantidad de colores y olores que te abrazan son increíbles, todo es tan distinto, el cielo, las piedras, la ropa, las mujeres y sus tiranos burkas. Te desconcertaba ver a algunas mujeres que solo lucían el color de sus ojos y a otras con ropa muy occidental. Supongo yo que todo depende de la voluntad del marido o los padres, según sea el caso.

Escuchar árabe, berber o tuareg y muy de vez en cuando algún idioma sajón o latino. Cuando llegamos, buscamos alojamiento y por ser Semana Santa la cosa era dura, así que se me acerca un hombre y me dice:

Mira compañero, no tenemos habitaciones para esta noche, pero puedo ofrecerles la terraza, que dices?.

Tras consultarlo con la comitiva y estar todos de acuerdo, aceptamos. Acomodamos los sacos de dormir en el techo del hotel y por dos euros cincuenta pasamos la noche ahí. Una noche muy cálida, un cielo claro y estrellado. De vez en cuando, sorprendidos por las llamadas del las mezquitas mediante altavoces histriónicos y aterradores. Un estruendo ensordecedor al que cuesta acostumbrarse. La zona turística es dentro de La Medina de Fez el Bali. Es un casco antiguo amurallado que cubría lo que era la ciudad antigua. Por fuera de la Medina, colinas, carreteras y urbanizaciones semi-nuevas. La sensación inequívoca que te deja el pasear por esas calles estrechas, llenas de comercios, gente por todos lados, burros y caballos que se te cruzan sin avisar, con más que el choque de cascos, y ver todo ese mundo de productos agrícolas sobre mantas en el suelo y derivados, te das cuenta que has hecho un viaje en el tiempo y estás sin duda en la Edad Media. Estaba en la Edad Media por completo. Desde un punto de vista turístico y superficial es maravilloso, pero en realidad es tremendo ver las condiciones en las que vive gente, en pleno S.XXI.

En Fez me separaba del grupo de catalanes que partía hacía Meknés. Yo deseaba ya llegar al desierto del Sahara. Cuando pregunto en la recepción por transporte, el hombre me cuenta que hay un grupo de chicos que van al mismo lugar y les faltaba uno para llenar el taxi. Otra vez, me convertía en el punto sobre la i. En Marruecos puedes transportarte en autobús o en taxis compartidos, que suelen ser una opción válida y barata aunque muy incómoda, porque lo normal es meter 6 personas más el taxista en el coche.

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