De cuevas y cuervos.


En un mundo diferente. Quizá en un lugar donde nadie vea ni nadie oiga. Ahí probablemente podría levantar la voz tan alto como me sea posible, abrir los brazos, levantar la mirada y gritar alegremente, como me viene en gana, todo lo que quisiera decirte. Pero en este no. Aquí la cosa es más jodida. Y aun así tengo que encontrar la forma de hacerlo. Quizá sin levantar los brazos, ni mirar al cielo, sin gritar alegremente, pero tengo que hacerlo, aunque se que con ello la voy a joder. Aunque se que si lo hago no serán solo dos arboles los que se caigan, sino quizá el bosque el que se queme.

Decir por ejemplo, que siempre termino siendo yo el cojudaso. Decir por ejemplo que no lo imaginaba, no así. Tan directamente, tan al centro, tan profundo, tan al corazón.

Que difícil llenar ese espacio vital. Tan inmenso y tan complejo, que todo lo habita, que todo lo abarca. Que te envuelve siempre de lo mismo, y te acaba, te agota, te destruye. Y siempre recordando, una y otra vez cadenciosamente, lenta y grotescamente. Partiendo de la culpa sangrienta que me retuerce, partiendo de que la cueva es mía y los cuervos también. Partiendo de ahí, hacia el final lúgubre y castrante de siempre. Cuervos y cuevas.

Quizá en un mundo perfecto, lejano, de muy muy lejano, podría decirte todo esto con la cara manchada de sangre pero en pie sosteniendo la guerra. Pero en este mundo no. Y así me quedo pensando en como tocar todos los acordes que un día fueron nuestros sin córtame uno a uno los dedos del alma.

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