Caperos: Crónica detrás de mi lente (I)


Como una prueba más de que el tiempo pasa y las cosas cambian, este viernes, y no sábado como de costumbre, no desperté con el sonido de las trompetas y la tarola en mis oídos. No fue esa épica melodía la que me hizo saltar de la cama anunciando el inicio de la suprema cabalgata carnavalesca que me esperaba un año más para volar en fiebre mientras tarareo una y otra vez místicas canciones que siempre me subieron a cuarenta la temperatura.
Este año, simplemente fue la «CGTP» y la garrafa de 5 litros de pisco iqueño quienes tumbaron la puerta de mi habitación dándome solo cinco minutos para arrancarme los rezagos del poderoso Chalán y salir a disfrutar del mejor día del año. El mejor.
Y así, con un ojo abierto y el otro cerrado, con un dolor de cabeza insufrible, me dispuse a preparar mi enésimo huacho de pisco y en compañía de perpetuos caperistas salí de mi casa saltando, bailando, cantando, loqueando.
Mientras esperábamos que la comitiva de disfraces y la Banda por excelencia llegara al que fuera antiguamente el punto de encuentro, La María, calentamos gargantas mezclando cervezas heladas y humeantes huachos de pisco. Cuando de pronto, aquellos pesados hombres de amarillo con chaleco antibalas de nefasto color negro, aparecieron protegiendo a la Banda de sus mejores amigos, nosotros. La música retumbaba ya en nuestros oídos y la sangre bullía en las venas. Caperos empezaba existir. (…)

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