
Es extraño prender la televisión y encontrarse con algo que exija, que reclame, que estimule. El caso es que casualmente encontré una película que captó mi atención y terminó en esto.
Aún con los créditos corriendo en pantalla, abril el buscador e investigué solo un poco sobre la historia en cuestión. Como siempre, la realidad resultó ser increíblemente más repudiable que la ficción.
No volveré a contar una historia que ya fue contada años atrás, y por periodistas que saben hacer lo que yo hoy aquí ni siquiera intentaría.
Lo que si haré es recordar (les).
Doce años atrás, una empresa farmacéutica estadounidense, llamada Pfizer, quizá una de las más grandes y poderosas de mundo, desarrolló un fármaco llamado Trovan, que pretendía ser la cura para la meningitis. Para ello decidió llevar a cabo pruebas en seres humanos, suministrando dosis a más de cien niños en la población de Kano, al norte de Nigeria.
Los usaron como cobayas.
Once de ellos murieron y decenas resultaron con serías secuelas. Pfizer corrompió a todos los que pudo y pagó cerca de 75 millones de dólares por el silencio y por evitar sentarse en el banquillo.
La historia sale a la luz por un cable informativo del escándalo wikileaks en 2010. La historia fue corroborada por Juan Walterspiel, médico de Pfizer.
El experimento de Pfizer, fue un acto plenamente ilegal de suministro de drogas no registradas en una prueba clara de explotación de miseria.
Para más información:
http://internacional.elpais.com/internacional/2010/12/09/actualidad/1291849238_850215.html
http://www.washingtonpost.com/wp-dyn/content/article/2006/05/06/AR2006050601338.html