
Máxima Acuña recibió el Goldman Prize esta semana. Subió al escenario para contarnos con breves palabras y al ritmo melódico del dolor, lo que le ha sucedido estos últimos años. Una mujer que materialmente poco tenía –y tiene- fue premiada por la vida con un coraje que solo pocos, muy pocos han tenido. Una fuerza indomable, un corazón altiplánico.
El premio Goldman es otorgado anualmente a aquellas personas que luchan incasablemente en la defensa de los ecosistemas y el medioambiente. Está repartido en 6 categorías a nivel mundial, bajo un criterio geográfico. El premio para América del Sur, es de Máxima.
Lo que me causa mucha tristeza y coraje, es que la noticia haya pasado tan desapercibida. Este no es un premio que se busca, es un premio que llega. Es el reconocimiento a la lucha de valores, principios y derechos de una persona como parte de un contexto sumamente complicado, en la defensa del agua, la vida. Algo que parece ser tan poco importante, tan poco mediático.
Son justamente esos valores, los que hacen tanta falta en los medios de prensa, tradicional y no. Porque hoy el Perú, debería sentirse muy orgulloso de ella, le duela a quien le duela. Porque no es un triunfo de los antisistema o anti mineros, como muchos podrían argüir. Es un triunfo frente a la prepotencia, la soberbia y la altanería. Porque el litigio entre Yanacocha y la familia Chaupe, pudo tener otro camino. Porque acosar, usurpar, golpear, amenazar y amedrentar no es la forma de convencer.
El Perú le debe mucho a Máxima. Porque crecer, desarrollarse y surgir como Nación, no debe ni puede ir en contra de los valores, los principios y la democracia, por más abstracto que suene para algunos ingenieros.
Yo no estoy en contra de la extracción de minerales, estoy en favor de la vida. Es hora de ver más allá, más allá de los Andes, Andes que somos todos.
Ojala Máxima no siga el destino de Berta Cáceres, no se lo merece, no nos lo merecemos.