
Lo que ha pasado en Afganistán con la toma de Kabul parece ser el cierre de un ciclo funesto y desalmado que inició con la invasión de las tropas estadounidenses en suelo afgano, como respuesta al vil ataque terrorista del 11 de septiembre. No me remontaré a décadas atrás donde el territorio era una disputa del bloque socialista y el bloque capitalista. Una respuesta que hoy a la luz de los hechos y más de 19 años después se confirma como un error. Confirma que fue una acción defensiva con una estrategia equivocada. Que no fue una defensa de sus intereses, sino un ataque, que no consiguió el objetivo y que, muy por el contrario, terminó de destruir un país ya históricamente golpeado por la miseria y que además solo consiguió dejar a toda la población en manos del grupo armado talibán.
Una situación insostenible que tras casi dos décadas de destrucción masiva ha resultado en un gobierno de facto en Kabul a manos del terror. Un escenario en el que la población en su fase más vulnerable solo clama por un nuevo comienzo que detenga las bombas e inicie un proceso de paz.
Mención especial supone lo que le viene a las minorías y a las mujeres en particular. Un gobierno militarizado que somete y someterá aún más a las mujeres a un rol decorativo y subyugado que la comunidad internacional no puede ignorar. Si la lucha durante todos estos años fue por los motivos expuestos, la lucha a futuro tendrá que ser por respaldar y proteger a quienes a partir de ahora no tendrán no solo voz ni voto, sino derechos fundamentales e inclusive, derecho a la vida.
La retirada de las tropas estadounidenses y el abandono de Ashraf Ghani de la sede de gobierno deja una tremenda incógnita. ¿Es este el inicio de un nuevo estado islámico hambriento de venganza por occidente, o un momento de liberación, una batalla final que podría parecer el fin de una guerra?. Solo el tiempo lo dirá.