Las están matando

Caminaba con destino a la oficina cuando escuché un grito desgarrador. Levanté la mirada y vi a una mujer que gritaba y gesticulaba con dolor. Mientras me acercaba a ella vi que le sangraba la cara. Los gritos y lamentos no cesaban. De pronto, la mujer se tocó las piernas, debajo del vestido sentía que la sangre empezaba a fluir. Estaba embarazada de un bebé de cuatro meses. Trato de calmarla. Le pregunto qué sucedió. Estaba en shock, no respondía. A los pocos minutos conseguí que me hablara. Su pareja la había golpeado y roto la cara y, por el sangrado inferior, intuyo que también le había golpeado en el vientre. Minutos después, una señora y yo logramos acompañarla a la comisaria. Más tarde, fue trasladada por un patrullero al hospital cercano. Es posible que, al escribir estas líneas, el médico le haya dicho que ha perdido a su bebé. Todo esto sucede al día siguiente del #8M. A solo unas horas del día en que se conmemoró la lucha de las mujeres por un mundo en igualdad de condiciones, sin violencia de género, con libertad y seguridad para todas. Es posible que mientras todo eso sucedía frente a mis ojos, la misma desgarradora escena se haya repetido en miles de lugares.

La comparsa de Aníbal

Hubiera sido mejor que no renuncie. No lo censuraron, él renunció. El Congreso de la República nunca censuró a Silva Villegas. Él se fue, entre risas, baile con mariachi y algarabía. Un baile que no hizo más que ratificar su desprecio por el país y que preparó conscientemente para demostrarle a sus rivales quién ruge ahora en esta caverna. Pese a que existía un pedido de la congresista Paredes para censurarlo, desde diciembre del año pasado, más de 110 congresistas decidieron no firmar, blindándolo en la práctica. De pronto, Karelim López canta y esos mismos congresistas acuerdan firmar. Tarde, sospechoso y vergonzoso. Hubiera sido mejor que no renuncie y que se presentara de la mano de su compañero de carpeta, el ministro Condori. Que ambos entraran al Congreso, tan panchos y orondos. Que junto a ellos, sus 17 compinches, formaran la comparsa perfecta y, al son del premier Torres, pidieran la confianza. Que la pidan y la nieguen. Que la primera bala se dispare. Que el inicio del fin se convierta en realidad. Porque así como la podredumbre del Ejecutivo es cada día más evidente, en el Congreso la pus tiene el mismo hedor.