No queremos ese pan ni ese circo, queremos libertad y ciudadanía.


Es inevitable sentir por un momento, cierta alegría o por lo menos alivio con la caída del régimen de Pedro Castillo. Un régimen que nació torcido y torcido acabó. Un régimen que terminó enfrentado con el sistema democrático, el marco constitucional y hasta el marco penal. Un régimen que terminó incrementando el número de expresidentes peruanos que hoy encaran a la justicia en busca de libertad, esa que ellos nunca defendieron desde el sillón presidencial. Regímenes que se enfocaron en arrojar un poco de pan y circo a la ciudadanía, mientras a puerta cerrada tranzaban negocios ilícitos que les llenaran esos bolsillos hambrientos de fama, poder y fortuna. Pero esa falaz alegría no nos debe durar más que unas pocas horas, porque en realidad aquí no hay nada que celebrar. Porque celebrar la caída de Pedro Castillo sería como celebrar el fin de una guerra, donde sabemos a ciencia cierta, no existen vencedores ni vencidos. Esta cuasi guerra política ha vuelto a poner en escena que no podemos seguir construyendo un país sobre principios y valores quebrados, sobre la mediocridad de asumir taras mentales como el roba, pero hace obra. Porque inclusive hasta esa mentira social ha terminado por aumentar el robo y disminuir la obra. Volvamos a la página uno, debemos voltear la mirada y tomarnos unos minutos para reflexionar sobre el origen de tanta miseria y mediocridad.

Porque no podemos seguir escogiendo en las urnas al menos malo, al que promete más, al que grita más fuerte. No podemos seguir tolerando la mentira y el odio, sabiendo que lo son.

Porque son los partidos políticos las cunas de las cuales nacen los candidatos. Porque es a ellos a quienes debemos exigir y demandar más. Porque debemos nosotros mismos elevar nuestro nivel de ciudadanía y reconocernos culpables de esta derrota. Es hora de hacer una pausa y desde lo individual hasta lo más colectivo, pensar si queremos seguir en la senda del fracaso institucional, social y económico, o somos realmente capaces de cambiar el rumbo drásticamente e involucrarnos en la construcción de nuestro propio destino.

Un destino y un camino que queremos que nuestros hijos e hijas transiten, en paz y en libertad.

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