La república epistolar. Carta II


Montpellier, 15 de julio de 2026

Querido Martín,

Una de las sensaciones más gratificantes para quien emprende la locura de escribir, es encontrar al otro lado de esas páginas, a un lector que trascienda en la lectura, que interiorice el mensaje y que, al cerrar el libro, mantenga el deseo de volver.

No sabes cómo agradezco que hayas tomado la iniciativa de enviar tu carta, como revitaliza mi deseo de seguir escribiendo. Hay que estar un poco loco para no solo leer uno de mis libros, sino tres.

Encuentro en tus líneas una profunda preocupación, legítima y republicana. La preocupación de quien entiende el contexto y la realidad, de quien no solo mira, sino ve; de quien no oye, sino que escucha. Para mí, el mayor de los dolores es la indiferencia. Puedo entender y compartir la inacción que el miedo o la frustración generan, puedo tolerar el silencio y la apatía, pero la inferencia mata y la muerte, que no nos es ajena, no es algo que, como seres humanos racionales, podamos ignorar. A mi modo de ver, hoy por nuestro agrietado país, transitan miles de personas que cedieron frente a la muerte y con el corazón detenido habitan. Se puede vivir querido Martin, sin corazón.

No sé si nuestra patria es ingobernable, si tiene futuro o es solo un azar, un doloroso juego del destino. Me encantaría tener mayor claridad sobre los años venideros, sobre la ruta, los actores, la paz o la agonía, pero no la tengo. La distancia que hoy habito desde este hermoso lugar, me da una visión distinta de las cosas. Más aún cuando a este país lo encuentro avanzando permanentemente entre la lucha, la victoria y el fracaso. Porque aquí la libertad no es un valor, es la diferencia entre la vida y la muerte. Porque aquí no se concibe futuro alguno sin libertad, una que de noche hace el amor con la justicia, aunque ésta venga disfrazada de igualdad. Y esas vivencias me dan distancia crítica, pero también me dan un miedo muy profundo. Porque veo al Perú tan lejos de ese poder de lucha, de esa relativa unidad frente a la dominación, que me angustia. Porque la libertad no puede ser solo negativa o positiva, debe ser la libertad como no dominación. Libertad para creer, para decidir, para pensar y para amar. Quítamelo todo, nunca mi libertad.

Llevo 35 años lejos de Paraíso, mi pueblo natal, silencionsamente abrazazdo a la rivera del indomable Marañón. Tantos que me cuesta recordar el color de la tierra, el olor de la hierba húmeda, el viento susurrándome en la cara, el nombre de mis vecinos, las caras de mi pueblo. Pero sí recuerdo querido Martin, las charlas después de la misa dominical. Esas largas conversaciones con los vecinos, donde la empatía desbordaba. Donde el dolor de quien sufría, era nuestro dolor.

Éramos solidarios, éramos vecinos, éramos hermanos.

Ese recuerdo mantiene mi fe, una fe, lo reconozco, algo marchita, pero que aún es parte de cada línea que escribo y por lo que ahora sé, tu lees.

Debo dejarte, por ahora. Como sabes, tengo la hermosa responsabilidad de dictar la cátedra en estudios latinoamericanos que yo misma conseguí fundar en la Universidad de Montpellier. Una responsabilidad que más que un esfuerzo me resulta un alivio, espero que el mismo alivio que puedas llegar a sentir en cada página de mis libros.

Un gran abrazo a la distancia …y que la liberté soit avec toi, mon amie.

Francine.

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