Colca, 28 de octubre de 2026
Querida Francine,
Han pasado más de tres meses desde que recibí tu carta. Debo confesar que ver a Don Máximo, el único cartero de todo el Valle del Colca, frente a mi puerta, fue una enorme sorpresa. De hecho, como él mismo me comentó, cuando vio que tenía que entregarme una carta con sello francés, sintió una enorme alegría, porque de una u otra manera, Máximo no es solo el cartero, sino un entrañable amigo en el Valle, pero, sobre todo, un activo partícipe de esta historia.
Debo empezar agradeciendo esa enorme gentileza de responder a este desconocido lector de tu obra, residente de algún pueblo lejano, de algún país sudamericano.
Sin embargo, confieso también que llegó en un momento complejo para mí. Este 2026, está siendo un año para el olvido. El clima ha decidido desatar toda su furia contra nosotros. Tenemos semanas de lluvia intensa, perpetua. Esa lluvia que inclemente arrasa con nuestros cultivos, con nuestras casas, con nuestro futuro. Hemos tenido que dedicarnos en días de 20 horas de vigilia a tratar de cosechar prematuramente todo lo que se pueda. Algo pudimos salvar. Y es que aquí, el Estado es solo un ingrato transeúnte, uno que cada cinco años aparece para pedirnos el voto, pero que luego, al cruzarnos por la misma vereda, voltea la mirada y nos desconoce.
Te cuento que hace solo ocho días cayó un huaico. Bajó desde la Cruz del Cóndor con toda su furia. Y en ese camino sinuoso que va construyendo a su paso, llevó consigo a nuestra única escuela. Fue domingo; un milagro. A nuestra pequeña escuela asisten, intermitentemente, unos 50 niños y niñas menores de 10 años. Cuando superas la edad te toca iniciarte en las labores del campo, no queda otra que trabajar. Algunos residentes del valle y otros que a duras penas consiguen viajar desde los pueblos aledaños, a falta de escuela propia. Si esto pasaba solo unas horas después, la tragedia hubiera sido enorme, una estaca en el corazón de decenas de familias, una cruz para toda la comunidad, que estoy seguro, nunca hubiéramos podido cargar.
Y así estamos, querida Francine, tratando de reconstruirnos, a pico y pala. Porque aquí no existe maquinaria, tecnología, progreso. Aquí estamos solos. Y así solos, siempre hemos estado. Cuando leí tu primer libro, no pude dejar de preguntarme quién era el Martín de 1824, qué Martín celebró la supuesta victoria y descolonización. Y es que, así como en los inicios del siglo independentista se libraron muchas batallas, muchas independencias, nuestro pueblo quedó al margen. No imagino a ningún gran general plantado en el centro de nuestra plaza arengando contra el ejercito real. Imagino más bien, un Valle como lo es ahora. De caña y adobe. Autosuficiente, anclado en el tiempo.
Pero no todo tiene aspecto de barro y tragedia. Ese mismo domingo, nos reunimos todos en la plaza central y acordamos empezar nuestra reconstrucción esa misma noche. Codo a codo y con la ayuda de los propios niños y niñas hemos conseguido grandes resultados. Hemos levantado una escuela aún mejor de la que teníamos, una que bajo el principio republicano de entendernos como ciudadanos, como miembros de una misma comunidad, ha dado un fruto maravilloso. De hecho, compartí algunas páginas de tus libros con los profesores locales y quedaron maravillados.
Me plantearon un reto y cumplo con intentarlo.
Francine, ¿te gustaría ser madrina de nuestra escuela? Algún día si tu itinerario lo permite y pisas estas lejanas montañas, podrías visitarnos y conocer un poco de lo que hay en esta república agrietada que nunca se rinde.
¿Vendrías Francine?
Un enorme abrazo y saludos comunitarios.
Martín.
