
Cuando pienso en cómo recuperar o conseguir, según sea la visión de cada uno, un país con mejor calidad de vida para todos, siempre llego a la misma conclusión: con más y mejores espacios públicos. Porque son los espacios públicos donde la ciudadanía en su conjunto, niños y niñas, adultos y ancianos, pueden compartir sin privaciones, sus experiencias; interactuar los unos con los otros, acercando y no dividiendo.
Si en el Perú algo predomina, son paisajes maravillosos sobre los cuales se intenta construir una nación. Ecosistemas privilegiados, una fauna y una flora envidiable para muchos países del mundo; una cordillera y unos ríos que llevan en sus venas, la verdadera historia que los libros nunca podrán describir.
Uno de esos espacios predilectos es el Valle de Chilina en la ciudad de Arequipa. Un oasis de vegetación que sobrevive maravillosamente entre un árido pero hermoso bosque de piedras (Parque Ecológico las Rocas) y una ciudad emergente y caótica. Un pequeño valle que alberga más de 50 especies de aves, cientos de sauces sobrevivientes al tiempo, un amigable rio que entretiene y alimenta a sus visitantes con prácticas deportivas; un valle que encanta, te sonríe y enamora.
En ese ancestral valle de Arequipa se encuentra un proyecto originalmente privado llamado Bosques del Chili. Un proyecto cuya propuesta era proveer de un fundo colectivo a quienes quisieran ser parte de un espacio natural que te extraiga del mundanal ruido y la agobiante monotonía. Hoy ese proyecto apunta a convertirse en un proyecto público en alianza con instituciones públicas o privadas, que les permita a todos los ciudadanos, no solo de Arequipa, sino del Perú y del mundo, disfrutar de ese encanto y esa propuesta de parque natural de enormes dimensiones. Con más de 16 hectáreas y una longitud de 2,500 metros, Bosques del Chili, puede convertirse en un espacio destinado a la preservación del medio ambiente, la educación y la cultura, la práctica deportiva, el descanso y el disfrute en familia, el reencuentro con la naturaleza; un espacio público que sin lugar a duda podría ser un referente, un ícono de la ciudad, comparable con cualquier parque natural de cualquier hemisferio de este hermoso planeta.
El que podríamos llamar Parque Natural de Bosques del Chili, al convertirse en un referente del turismo nacional e internacional, definitivamente traería consigo las mejores externalidades positivas. Un aumento en el turismo local, y con ello, más plazas llenas en hoteles y restaurantes; una rentabilidad social incalculable para los gobiernos locales involucrados, mayor consumo y demanda de los bienes y servicios que ofrece la ciudad; un lugar ideal para la práctica de la fotografía, la pintura y la música, todas ellas artes que Arequipa siempre ofreció con mucha calidad y cariño; un lugar que en definitiva elevaría considerablemente la calidad de vida de miles o millones de personas, que en suma, conseguirían una sociedad más feliz, amable y pacífica.
Pero como es costumbre en el Perú, la preservación de la naturaleza y el espacio público y el desarrollo emocional de los ciudadanos, no son prioridad. Y es que este ancestral valle ubicado en la margen del río Chili se ve amenazado por una obra de infraestructura destinada a la generación de energía eléctrica por una empresa estatal que en base a su expediente técnico intervendría parte central del Valle del Chili. Una central hidroeléctrica que de ser implementada reduciría y complicaría considerablemente el turismo de aventura que se sustenta sobre el rio y sus laderas (más de 20,000 personas al año disfrutan de esta actividad); pondría bajo amenaza a más de 32 especies de flora, 36 especies de aves, dos especies de reptiles, al hermoso zorro andino, entre otras muchas especies. Una obra que, en un análisis costo beneficio, llevaría a la ciudad de Arequipa a una negativa rentabilidad social y ambiental.
Se proyecta que la nueva central hidroeléctrica de Egasa generaría solamente 21 megavatios, una cantidad insignificante comparada con otras existentes en la ciudad e inclusive con centrales solares como la ubicada en el distrito de La Joya que produce actualmente 160 megavatios. 21 megavatios que requerirán una inversión inicial de más de 60 millones de dólares; es decir, más de 2.8 millones de dólares por megavatio, cuando en la práctica la inversión promedio no supera el millón y medio. Vale la pena preguntarse, si el inversor fuese una empresa privada, llevaría adelante un proyecto de generación eléctrica con un valor por megavatio de casi el doble del valor promedio, sin mencionar el altísimo impacto ambiental que generaría; lo dudo. Si el bien común es el sustento, la balanza se inclina abrumadoramente por el valle. 70 hectáreas de ladera, 16 hectáreas de Bosques del Chili y 206 hectáreas del Parque de las Rocas, bajo amenaza. 292 hectáreas de un ecosistema vertebral para la ciudad, a cambio de 21 megavatios, caros e insuficientes (sin mencionar que dicho proyecto supondría la anulación de 7 megavatios de las actuales centrales en funcionamiento, dejando una producción neta de solo 14 megavatios).
Arequipa, hace no más de 20 años, era una ciudad que orgullosamente presumía no solo una intocable cordillera volcánica, sino hermosas campiñas, ancestrales sistemas de andenería y reservas naturales que hacían de la ciudad un destino obligado para millones de personas. Hoy, esa realidad es cada vez más esquiva. El desmesurado crecimiento poblacional sumado a la deficiente gestión pública, han dejado que el cemento y el fierro devoren la campiña y su bondad.
Existen iniciativas ciudadanas como el denominado Colectivo Salvemos Chilina, que hacen denodados esfuerzos por detener el avance de esta innecesaria y amenazante obra; que buscan mantener la belleza natural de la región y mantener en lo posible esa zona de reserva paisajista que aún es vida y futuro. Pero esta lucha es desigual. Y tal desigualdad para no serlo más, requiere la voz, la letra y el hombro de todos aquellos que sí creemos en la preservación del medio ambiente, como medio de sostenibilidad de las sociedades. Si alguna duda aún tenemos, basta con ver los vigentes efectos del cambio climático, que tantos desastres naturales está generando; desastres que se llevan no solo la sonrisa de la gente, sino sus bienes y hasta sus vidas.
El Perú pasa por momentos tremendamente difíciles. Momentos que nos cuestionan, nos retan, nos exigen como ciudadanos, involucrarnos en la construcción de esa república inconclusa que demanda como dije al inicio de estas líneas, más y mejores espacios públicos. Porque si hoy vivimos tiempos de violencia, rencor y envidia, es en esos espacios públicos, como el del Valle de Chilina, donde combatiremos con las armas del abrazo fraterno, la amenaza latente de la violencia y la división, que cada día son más difíciles de contener.
Es hora de pensar en el Perú.
El Valle de Chili y Bosques del Chili en imagenes:













