Llevamos una buena cantidad de meses, e incluso algunos años, hablando sobre la presencia de China en el país. Y el tema se potencia porque esa discusión también se da en otras regiones del continente y, por supuesto, a nivel mundial.
China experimentó una catarsis fundamental en 1978, cuando Deng Xiaoping entendió que el modelo económico de su país era insostenible y decidió abrirse a los mercados internacionales. A partir de ahí, todo cambió. En los últimos casi 40 años, el crecimiento anual del PBI de China ha sido, en promedio, del 10%. Imaginen ese 10% sobre un PBI anual de más de 17 billones de dólares. La verticalidad de la curva de crecimiento desde ese punto de quiebre es enorme.

Ese crecimiento en producción se traduce naturalmente en un colosal volumen de exportaciones hacia todo el mundo. Su principal foco de exportación es la tecnología. Y ¿dónde está el futuro de este planeta?, en la tecnología. ¿Y qué es lo que da más poder?, la información. ¿Y quién controla la información?, el que controla la tecnología. Tecnología igual a poder.
No podemos dejar de precisar que el Partido Comunista de China, que es equivalente a decir el Gobierno Chino (dado el esquema de partido único) tiene una enorme presencia en las empresas chinas, tanto en las públicas como en las privadas. En muchos casos, directamente a través del control del accionariado y, en muchos otros, a través de su participación en las estructuras de control. Un dato muy relevante en esta historia es que, si bien es cierto que, desde 2021, China adoptó una política de protección de datos personales (Ley de Protección de la Información Personal de la República Popular de China), el gobierno tiene un rol clave en el manejo de esa información (véanse los recientes casos de bloqueos en Estados Unidos a Huawei o TikTok). Haciendo las sumas y restas, se puede colegir que la tecnología china se transforma en el poder chino. Y aquí empieza el baile.
En términos formales, la Guerra Fría acaba con la disolución de la Unión Soviética el 26 de diciembre de 1991. A partir de ahí, Occidente, bajo el liderazgo de Estados Unidos, tuvo la hegemonía mundial. Pero, como ya mencioné, para esas fechas, sigilosamente, otro jugador estaba preparando su intervención mundial.
En Perú, el tema «China» salió a la luz de manera masiva con la inauguración del Puerto de Chancay. Ni siquiera con la adjudicación de la obra (2019) o la firma del contrato. No, recién nos “enteramos” de este proyecto a semanas de recibir el primer embarque. Y atención, que el proyecto fue una iniciativa de empresarios peruanos que buscaron por todos lados al inversor ideal para el proyecto, siendo finalmente atendidos por los chinos. El puerto es operado por un consorcio chino-peruano, teniendo como principal accionista a Hunan Xianghui, un conglomerado chino, y como socio minoritario a la compañía minera Volcan.
Pero esa no es ni de lejos la primera inversión china en el Perú. Solo por citar algunos ejemplos: en minería, Chinalco, que opera el proyecto de cobre Toromocho y Jiangxi Copper, involucrada en el proyecto de cobre Michiquillay; en energía, Three Gorges Corporation, la empresa detrás de la famosa presa de los Tres Gargantas, con el proyecto hidroeléctrico Chaglla; en telecomunicaiones, Huawei, que ha suministrado tecnología para la expansión de redes 4G y 5G en el país; y, además, Three Gorges Corporation es propietaria del 60% de participación de Edelnor, una de las dos empresas de distribución eléctrica de Lima. Podría decirse, literalmente, que si los chinos quieren, nos apagan la luz.
Minería, telecomunicaciones, tecnología, energía, transporte, todos sectores estratégicos para quien quiera tener el control. Otro sector que ya ha pasado de experimental a maduro es el automotriz, donde empresas como Build Your Dreams, la famosa BYD, están poniendo muy nerviosos a los grandes productores occidentales de autos, inclusive a la misma Tesla del —ahora más que nunca— todo poderoso Elon Musk, al entrar en el segmento de vehículos eléctricos.
Todo esto, en suma, son solo pinceladas que trazo para evidenciar una primera parte de mi tesis conspiranoide.
Por el otro lado de la moneda está el aún dueño de la pelota: Estados Unidos. Un país que viene atravesando nuevos y diferentes problemas en las últimas décadas. Uno de ellos, y definitivamente el principal, es el auge económico de China y su presencia estratégica en diferentes partes del planeta. Para Estados Unidos ya no basta inventar armas de destrucción masiva, a lo George Bush y Colin Powell, para invadir países y saquearles el petróleo, porque básicamente el oro negro ya no es más la bonita del baile. Como mencioné líneas arriba, el tablero ha girado hacia la tecnología, que da información y, por ende, poder (demás decir que el poder multiplica el dinero).
Si bien es cierto, Estados Unidos es líder en tecnología, teniendo a gigantes como Microsoft, Apple, Meta, Alphabet o Nvidia, a los que debemos, obviamente, sumar ahora OpenAI (quien acaba de sufrir un colapso nervioso con el lanzamiento de DeepSeek, y en el caso de Nvidia, ese colapso se tradujo en una pérdida de 600 mil millones de dólares en su capitalización bursátil), China no se queda atrás y ha plantado cara en diferentes escenarios con empresas como Huawei, Alibaba Group, Baidu o Tencent. Y es que China lo sabe.
El reciente ascenso de Donald Trump a la Casa Blanca, por segunda vez, ha venido cargado de fanfarronadas y supremacismos, pero con el poder suficiente para hacer de esa fanfarronería políticas de Estado. Solo por citar algunos ejemplos, el perfil nacionalista del nuevo presidente de Estados Unidos se puede evidenciar en frases como: «algunos inmigrantes son animales«, en 2018. Ese mismo año, Trump también fue acusado de referirse a Haití, El Salvador y otros países africanos como «países de mierda«. En 2015, Trump también insinuó que México enviaba violadores a Estados Unidos. O en su peor versión dijo sobre el coronavirus: «no creo que la gente se muera de esto» (6.8 millones de personas han muerto a nivel mundial a causa de la pandemia de COVID-19, según las cifras reportadas por la OMS). Recientemente, en una versión recargada, Trump ha salido con toda la batería a amenazar a medio mundo con subir sus aranceles si no hacen lo que él exige. Se los ha puesto —por ahora— a sus propios vecinos, México y Canadá. Pero para darle más pimienta al tema, ha dicho que Canadá debería ser un estado más de los Estados Unidos, generando obviamente una profunda indignación en sus vecinos. También se ha enfrascado en la perorata de decir que va a “recuperar, por la fuerza (entiéndase militarmente) si fuera necesario” el Canal de Panamá o, finalmente, que quiere comprar Groenlandia a Dinamarca, y como el mismo dijo, sin descartar el uso de la fuerza, si también fuera necesario. Inclusive ya ha tomado medidas realmente importantes para el multilateralismo (en el que claramente Trump no cree) solicitando y acordando la exclusión de Estados Unidos del Acuerdo de Paris y de la Organización Mundial de la Salud. Pareciera ser que todos estos mensajes son solo disparates de un ego supercargado, pero no. Trump parece un orate, pero no lo es.
¿Qué tienen en común el Canal de Panamá, Groenlandia o Canadá?, lo que él llama «temas de seguridad nacional». Y es que el Canal de Panamá actualmente es clave en el comercio entre China y Estados Unidos, tanto por el cobro de las tarifas como por el control de paso de la mercadería. Por su parte, Groenlandia actualmente ha dejado de ser solo un gran bloque de hielo donde viven no más de 56,000 personas, para pasar a ser un enclave de interés mundial. ¿Y por qué ahora Groenlandia tiene tanta relevancia? Pues básicamente por dos motivos. El primero, es que ese «invento Woke» del cambio climático, como podría perfectamente decir Donald Trump, ha generado que la extensión mínima de hielo marino en el Ártico haya disminuido en aproximadamente un 40-50% desde 1979. ¿Y qué supone esto? Que ahora Groenlandia es un lugar perfecto para nuevas exploraciones de petróleo, gas natural y mineral. El segundo punto relevante es su geolocalización. Groenlandia está ubicada cerca de las rutas de navegación del Ártico que se están abriendo debido al calentamiento global. A medida que el hielo marino se reduce, las rutas marítimas del Ártico se hacen más transitables, lo que reduce los tiempos de navegación entre Europa, América del Norte y Asia; de igual manera alberga la base aérea de Thule (la base más al norte de EE. UU.), que es una instalación clave para la defensa militar. Thule juega un papel importante en la detección de misiles balísticos, ya que se encuentra estratégicamente situada para monitorear la actividad militar en el Ártico y el norte de Europa (entiéndase Rusia). Nota importante: un misil balístico lanzado desde Groenlandia podría, en teoría, llegar hasta China y, por tanto, también hasta Rusia.
Lo que está generándose hace varias décadas, y recientemente con mucho más énfasis, es una nueva guerra donde, por ahora, se usan aranceles como balas, pero sobre todo, un pulso por la nueva hegemonía y control mundial, con un enfoque eminentemente económico. Estados Unidos ha visto una escalada y un repunte fortísimo de China y no está dispuesto a ceder el trono. Trump nunca quiso ser presidente, siempre quiso ser emperador.
Y en el medio, pues pequeños países satelitales como Perú que ven cómo estos dos gigantes se jalonean en esa lucha geopolítica por el control mundial. Donald Trump y Xi Jinping juegan Risk, por ahora, con pronóstico reservado.
Mención aparte me merece el tema de la nueva política de aranceles de Trump. En principio, subir los impuestos a las importaciones genera que la industria nacional esté más protegida porque los productos importados serán más caros. Al ser más caros, el consumidor final optará por comprar los productos nacionales (sean estos sustitutorios o complementarios). Sin embargo, esa es solo una lectura básica del tema, porque como el mismo modelo capitalista dicta, a menor competencia mayor oligopolio y todo buen capitalista sabe que si tengo ese control sobre la oferta, mi precio debe subir. En definitiva, el consumidor final pagará más por el producto como consecuencia de esa nueva política sobre las importaciones. Lo anecdótico de todo esto es que esa misma política nacionalista era muy propia de los gobiernos populistas de izquierda, que eran duramente criticados por los gobiernos globalistas y pro mercado que propugnaban tratados de libre comercio para reducir los aranceles y que los mercados internacionales fueran más competitivos y, sea el mismo mercado, como mandan las políticas económicas de derecha, quien determine los precios en base a la oferta y la demanda; pero ahora, es Estados Unidos, de la mano de Trump, quien implementa lo que otrora implementó, por ejemplo, Alan García en su primer gobierno, y ya sabemos todos cómo terminó.
Por ahora, solo nos queda esperar. Muchos se preguntan si nos conviene ser controlados por los chinos o por los gringos. La verdad, que gran diferencia no hay. Podría decirse que por Estados Unidos, en principio, al ser un país que abraza (por lo menos sobre el papel) un modelo democrático frente al totalitarista modelo chino. Hay quienes dicen lo contrario en base a la nueva fase en la que se encuentra China implementando una forma bastante interesante de democracia consultiva, que es, en muchos puntos, superior a la «occidental». (Ref. Heike Holbig. Inside “Chinese Democracy”: The Official Career of a Contested Concept under Xi Jinping. https://ccsenet.org/journal/index.php/jpl/article/view/0/46866). Pero la verdad de las cosas, para mí como republicano y férreo defensor de la democracia y la libertad, me cuesta creer que China pueda ser un socio adecuado (sobre todo por su actual marco legal y su posición frente a las libertades ciudadadas). Por el otro lado, Estados Unidos tampoco, ya que por lo menos durante el siglo XX, ha tenido una seguidilla de administraciones gubernamentales con una enorme tendencia imperialista. Basta ver lo sucedido con Panamá cuando George Bush ordenó la Operación Causa Justa, una invasión militar cuyo objetivo era derrocar a Noriega o en Medio Oriente con Irak, para derrocar a Saddam Hussein. Lo curioso (por no decir otra cosa) es que en muchos de los casos, esos dictadores derrocados, fueron financiados por Estados Unidos en su primer momento. El financiamiento invisible de Estados Unidos a muchas dictaduras en Latinoamérica, Medio Oriente o África, tiene muchas páginas de historia en la mochila. Y claro, nuestros subdesarrollados países sirven en bandeja las justificaciones, permitiéndose ser gobernados por corruptos dictadores que nunca pasan de moda. Si no, díganselo a Venezuela que apunta a ser el próximo en el tablero.
* Risk es un juego de mesa estratégico de conquista global creado en 1957 por Albert Lamorisse y lanzado por Hasbro. El objetivo del juego es dominar el mundo a través de la conquista de territorios, utilizando estrategias de ejército y combate.
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