No creo en el liberalismo clásico, y menos aún en el ya tan de moda anarcocapitalismo. La participación del Estado es necesaria. Se le necesita como promotor, como facilitador. Se le necesita como el gran ente gubernamental que impulsa a sus ciudadanos a alcanzar grandes objetivos. No con un rol asistencialista ni como un interventor, ni mucho menos como un limitador de libertades. Basta con aplanar la cancha para hacer de la cuesta un camino más ligero. Una de sus grandes facultades debe ser otorgar herramientas para lograr grandes resultados.
Pensaba en el reciente logro obtenido por Maido, y en todos quienes hicieron posible este nuevo gran reconocimiento. Pensaba en cuántos Michas podría tener el Perú si tuviéramos escuelas de cocina como Brasil tiene canchas de fútbol. Recuerdo el enorme esfuerzo y compromiso de Juan Diego Flórez para darle vida a Sinfonía por el Perú. Y, así, tantos otros esfuerzos individuales que terminan por suplir el rol de quien realmente está llamado a promover el éxito: el Estado. Soy un convencido del talento peruano. Hay niñas y niños con el talento suficiente para brillar en cualquier escena internacional.
Lamentablemente, ese viaje que supone partir desde casa —una casa sostenida con un sueldo mínimo, con seis o siete habitantes y plagada de carencias— es un viaje inacabable que termina por convertir el objetivo en un sueño inalcanzable. Un país que duerme sobre toneladas de mineral, sobre recursos gasíferos, sobre litio, que baña costas hermosas con cientos de especies marinas, con maravillas turísticas, con una flora y fauna plagadas de posibilidades; pero donde, con todo eso, viven más de 10 millones de talentos bajo el umbral de la pobreza. Imaginemos por un momento, si a esos millones de peruanos les diéramos las herramientas mínimas para pelear. Imaginemos por un momento lo que podríamos alcanzar. No los podemos dejar solos, no los podemos abandonar. Tenemos la responsabilidad de construir un Estado sólido, eficiente y comprometido, que exista para aplanar la cancha de quienes, con solo un pequeño empujoncito, tantas medallas nos podrían regalar.
Columna publicada en Diario Perú21
