Habíamos aprendido del siglo XX lo funesta que es la guerra (o por lo menos eso creí).
El siglo XXI pintaba mejor. Se preveían años de libertad y progreso; años para pensar en recuperar el medio ambiente; años para reflexionar sobre cómo hacerlo mejor, abrir fronteras comerciales y humanas; años para mirar hacia adelante y no hacia ese pasado bélico y atroz.
Sin embargo, ha quedado claro que la tendencia destructiva del ser humano no es contextual, sino consustancial a su naturaleza. Y no solo por los casos de Rusia-Ucrania, Israel-Palestina o Estados Unidos-Israel-Irán. Existen otros conflictos, probablemente mucho más sangrientos y devastadores, como los que se viven en Sudán, Somalia o Siria. Pero lo peor no viene dado por esta tendencia autodestructiva de la especie, sino por la tecnología puesta al servicio de estos señores de la guerra.
Si algo podía frenar de alguna manera a esos altos mandos que determinan el inicio o el fin de una guerra, era la exposición de las personas que formaban parte del conflicto: las bajas que podían sufrir sus ejércitos, las lágrimas de quienes en casa esperaban el regreso de su gente. Hoy, el cuerpo a cuerpo ya no es una opción. La guerra se maneja a control remoto. Son los drones quienes arriesgan su «integridad». Hoy lo que se arriesga no es sangre, sino presupuesto. Y eso hace de la guerra algo mucho más viable para quienes consideran el gasto en armamento una prioridad.
El derecho internacional viene sufriendo una paliza por parte de las grandes potencias. Los organismos internacionales son ninguneados; las resoluciones sancionadoras de la ONU han quedado en ridículo. Todo eso concluye en que el futuro será determinado por la ley del más fuerte. Eso augura un futuro mucho más bélico, porque la tecnología es, con el paso de los meses (ni siquiera de los años), más económica y accesible.
El planeta está sobrepoblado, el consumismo crece y los recursos se acaban: el combo perfecto para desatar centenas de conflictos.
Y, por cierto, si la insostenible Boluarte quiere congraciarse con las Fuerzas Armadas, es de una supina ignorancia hacerlo con aviones caza. Si se va a reventar 3.500 millones de dólares, que por lo menos lo haga en equipos bélicos que correspondan a este siglo y no al anterior.
Columna publicada en Diario Perú21
