El inconsciente entreguismo del Perú


Si uno se da un tiempito para viajar por el interior del país, y lo hace con cierta frecuencia, podrá ser testigo de cómo el paso del tiempo es pura ilusión. Y por “paso del tiempo” me refiero, básicamente a inversión pública y privada: infraestructura vial, salud, educación, tecnología; en suma, a la calidad de vida de sus ciudadanos.

Ese paso del tiempo, en este país, no puede ser más desigual. Uno puede visitar ciudades o poblaciones del interior y darse cuenta de que el tiempo se mide de otra manera. Ese pintoresco y hermoso lugar sigue anclado en su evolución, sigue siendo el mismo que uno conoció hace 30 años o más.

El abandono del Estado en las regiones es monumental: las redes viales son desastrosas; la atención médica, prácticamente inexistente, y la educación, paupérrima como siempre. Ese abandono no es más que el resultado del desdén y la desidia de tantos gobiernos que pasan por Lima pensando que el Perú se agota en esa urbe descomunal, con más de 10 millones de habitantes, a punto de colapsar. Y donde el Estado deja un vacío, alguien más, oportunamente, lo aprovechará.

Así fue con la sierra en los años del terrorismo, así es con el crimen organizado en los últimos años y así será con los nuevos señores del aire, que ya están gobernando clandestinamente con fondos provenientes de economías ilegales, como el narcotráfico, el tráfico de armas o la minería ilegal. Esos vacíos también pueden —y de hecho son— aprovechados por otros gobiernos, que directa o indirectamente encuentran una oportunidad para reclamar soberanía sobre territorios ajenos.

El mediocre proceso de descentralización que se implementó en el Perú, otorgando a los gobiernos regionales —nefastos en su mayoría— la responsabilidad de promover el desarrollo de sus regiones, solo ha servido para acrecentar la corrupción, de forma escandalosamente proporcional al deterioro de la calidad de vida de sus habitantes.

Y si a ello sumamos la creciente tendencia de las grandes potencias económicas y militares a pisotear el derecho internacional, estamos ante la siembra de futuros conflictos limítrofes por territorios ricos en recursos donde, al final del día, como ya dije, prevalecerá la ley del más fuerte. Y el Perú, lamentablemente, no lo es.

Columna publicada en Diario Perú21

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