Elecciones… como obligación


Uno de los elementos que más me interesó del republicanismo fue la concepción del ciudadano no solo como sujeto de derechos, sino de obligaciones. Es muy común estar alertas a la vulneración de nuestros derechos; se nos va la vida reclamando y exigiendo, pero cuando llega la hora de responder por nuestras obligaciones y compromisos, hacemos la de la culebra y desaparecemos silbando bajito. Asumir el compromiso y ser responsables con nuestras obligaciones como ciudadanos es, en definitiva, lo que puede generar un verdadero cambio en esta sociedad cada vez más intransitable y dividida. Tenemos derecho a elegir, sí, pero también tenemos la obligación de saber a quién elegimos; la obligación de averiguar quién es realmente esa persona por la que votaremos. Las encuestas no son nuestra fuente de información; esto no es una carrera de caballos en la que basta mirar quién va de favorito y paga más. Son los planes de gobierno (sí, ese documento que nadie lee y que no sirve para ganar elecciones), es el historial de votaciones del partido en la legislatura anterior; pero, sobre todo, su historia de vida, plenamente accesible por la red. Y no solo en materia electoral; estamos llamados —y obligados— a contribuir colectivamente con los demás. Estamos llamados a servir, aunque nos encante ser servidos; a poner el bien común por delante del individual. Porque, en un país verdaderamente republicano, el sujeto de gobierno no es el individuo: es la colectividad. Cuando el gobierno convoca a elecciones, lo que en el fondo hace es llamarnos a tomar la decisión más importante de todas. En ese momento, el Estado recurre a los ciudadanos —los verdaderos dueños del poder— para que adoptemos una decisión que solo saldrá bien si la tomamos con criterio y responsabilidad. Si seguimos decidiendo por quién votar mientras estamos parados en la cola el mismo día de la elección, entonces más vale admitir que no estamos a la altura del encargo republicano. En ese caso, casi sería más honesto convertir esta república frustrada en una monarquía improvisada y dejar que algún reyezuelo decida por nosotros, sus súbditos. Porque, actuando así, renunciamos sin darnos cuenta al poder que decimos defender.

Columna publicada en Diario Perú21

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