De la condena a Vizcarra ya han pasado más de cuatro días. Muchos titulares, muchas opiniones y, estoy seguro, muchas discusiones amicales o familiares. Discusiones porque Vizcarra dejó el cargo con 77% de aprobación, habiendo tenido picos de 92%, y muchas pero muchas, millones de personas lo respaldaban o, peor aún, lo respaldan todavía. Un nivel de aprobación surrealista. Un respaldo popular que, a mi entender, estuvo detonado básicamente por la confrontación con el “enemigo común” en que se ha convertido el Congreso de la República. Pero de la sentencia ya no tiene sentido hablar, ni de la pena ni del penal. Lo que es importante resaltar es la versión de político que Vizcarra ha representado desde que asumió la gobernación de Moquegua y posteriormente de Palacio hasta el día mismo de su condena. Una versión que supera ampliamente todo rasgo de mitomanía. Ha sido entrevistado y cuestionado en múltiples vitrinas sobre los proyectos Lomas de Ilo y Hospital de Moquegua. En todas y cada una negó siempre cualquier acto de corrupción; en todas y cada una sustentó su inocencia, su esfuerzo en la búsqueda del bien común, su sacrificio por el Perú, su enorme vocación de servicio y sacrificio. Lo hacía —y lo hace hasta hoy— con un nivel de convencimiento que hasta nos hace dudar. Y esa mitomanía no es, como muchos quieren hacernos creer, una patología propia de Vizcarra: es un modus operandi de la banda de delincuentes que pululan por los pasillos del Ejecutivo, el Legislativo, el Poder Judicial, la Fiscalía, la PNP, el INPE y tantas otras instituciones del país que a duras penas sobreviven al saqueo. Es Vizcarra, pero podría ser cualquiera. Martín es un ejemplo de cómo se puede tener tan poca sangre en la cara como para negar, sin pestañear, algo que no solo se sabía entre telones, sino que la justicia, a su debido tiempo, demostraría. Unos se saben culpables desde siempre y huyen. Otros se saben culpables desde el inicio, pero confían en su capacidad de embuste y engaño que, sumada a nuestra laxa autoestima y enorme tolerancia a la corrupción, los hace quedarse hasta el último día… de libertad.
Columna publicada en Diario Perú21
