Un año duro, durísimo. Un 2021 que ofrecía, por lo menos en el papel, ser menos tortuoso que el pandémico 2020. Un año que, si bien es cierto, venía con carga electoral, no esperábamos que trajera tremendo huayco. Lamentablemente, no cerramos un 2021 como hubiéramos querido, como realmente necesitábamos. Cerramos un año cargado de crisis social, política y económica. Terminamos un año de portadas denunciando más corrupción en el Ejecutivo, de primeras planas peleando por evitar las contrarreformas en el sector educación y transporte, una cortesía del Legislativo. Vamos dejando atrás un 2021 para el olvido. Sin embargo -y a costa de sonar muy pesimista- no se avizora un 2022 con mejores luces. La estabilidad del presidente Castillo es una ilusión. Su continuidad, un misterio.